Por Daniela Valerio
Momentos inolvidables que devuelven la magia a nuestra vida, fiestas en las que nos volvemos familia, en las que el sinuoso ir y venir de emociones nos conecta con el alma de inocencia; épocas donde el cine y las tradiciones se conectan, donde el séptimo arte nos lleva a mundos distantes y se convierte en una forma de enlazarnos a ese espíritu festivo, con la magia de una cena familiar y con esas tradiciones que tanto anhelamos durante el año.
El séptimo arte es hogar de miles de historias, de millones de personajes y de incontables memorias donde la Navidad no puede faltar, una temporada donde los clásicos del cine nos recuerdan el sentir de la infancia y lo hipnótico de identificar una época con solo mirar las películas que se volvieron tradición, que se convirtieron en un momento tan mágico con regalos, ponche y una rica cena bajo las luces del árbol.
Clásicos como El Grinch (Ron Howard, 2000) que se han quedado en nuestros corazones y nuestras memorias para inundarnos con luces y colores, el verdadero espíritu de estas fiestas perfectamente unido para demostrar que incluso los corazones más endurecidos pueden encontrar en esta época una inocencia perdida, una ilusión olvidada y una felicidad extraviada.

Una cinta que es sinónimo de Navidad, que nos llena de esa emoción que muchas veces perdemos de vista por la locura de nuestros días, de nuestros trabajos, escuelas o relaciones, la indiscutible magia de esta película.
Y si de historias clásicas hablamos no podría faltar la famosa historia del malhumorado Scrooge en Los fantasmas de Scrooge (Robert Zemeckis, 2009), pues en ocasiones la vida tiende a tornarse difícil y en este vaivén de emociones, caos y ajetreo perdemos de vista lo que estas fiestas representan, perdemos tantas cosas que solo nos aferramos a nuestra vida laboral, a nuestros logros o a nuestras pertenencias.

Es normal sentirnos perdidos, l tener miedo y querer tener el control de un trabajo o una carrera, pero al igual que Scrooge hay un momento en el que no podemos seguir cerrando la puerta a esa magia navideña. A esa magia de estar en familia, de estar rodeados de amigos o simplemente de hacer lo que amamos, una fecha donde el espíritu y las fiestas no son solo un árbol navideño o un beso bajo el muérdago, sino la verdadera magia de recuperar la felicidad que pinta nuestro mundo de colores y le devuelve el brillo a los pequeños detalles.
Pero que serían de las fiestas sin esa parte que todos parecemos odiar y que se convierte en la más memorable de cada año… ¡el caos navideño!
La vida impredecible que intensifica aún más estas fiestas con cenas que nunca salen como lo esperamos, un desastre para comprar regalos, y claro, los familiares y las preguntas incómodas.
Todos hemos caído presos de aquellas preguntas que nadie quiere contestar, salarios, calificaciones, ascensos y las temidas preguntas de relaciones. Es un caos pero también parte de esa magia navideña que ya es una tradición.
Y que mejor forma de celebrar este maravilloso caos que con una cinta como Amor de calendario (John Whitesell, 2020) digna de mostrar exactamente como cada celebración, desde Navidad hasta Halloween, es mejor cuando simplemente nos dejamos llevar por todas esas pequeñas o grandes locuras destinadas a suceder.

A nadie nos gusta la incómoda cena o cuando el plan se rompe por completo y terminamos en una Navidad de locos, pero qué serían las fiestas sin todas esas memorias que transformaron todo en un bello caos.
Son todas esas historias que invaden nuestras casas y nos recuerdan lo maravilloso que es celebrar juntos, la magia de sonreír y disfrutar, la emoción de llenar nuestras vidas de colores y la increíble experiencia de vivir a través del cine.