Por Daniela Valerio
Los desastres naturales, esas tragedias que destruyen todo lo que solíamos conocer en unos instantes, aquellas olas indetenibles, los furiosos volcanes y los estruendosos terremotos.
Todas esas tragedias que han marcado algunos de los momentos más aterradores de nuestra historia, cuyo terror no proviene de una horrible criatura o de un asesino en serie; sino el terror que nos recuerda lo diminutos que realmente somos y la fuerza del mundo en el que vivimos, una característica única del séptimo arte que nos demuestra la verdadera dureza del espíritu humano.
Hoy día es difícil hablar de estas tragedias, es difícil recordar o imaginar el miedo, el dolor y la incertidumbre que cada una de estas fuerzas pueden infligirnos, pero, aún con ello, no podemos olvidar que son estos mismos los que nos pintan fortaleza, un deseo de sobrevivir ante cualquier desastre, ante cualquier terror.
El día después de mañana (Roland Emmerich, 2004) se trata de un filme que lidia con estos aspectos de la naturaleza humana, el deseo de seguir avanzando, de seguir luchando y sobreviviendo hasta el último instante mientras nos muestra el peso de nuestros propios errores, la destrucción de nuestro medio ambiente. Un filme que hace que cada persona deba enfrentarse a su realidad en donde la naturaleza humana se pone aprueba ante un desastre.

El espíritu humano es una de las fuerzas más poderosas que existen, capaz de proteger a los que amamos, de salvarlos, de tomar un salto de fe por ellos, tan fuerte que incluso ante los desastres del universo el deseo de ayudar sigue moviéndonos, sigue haciéndonos correr contra el miedo, nos hace enfrentarlo.
Como en el filme Lo imposible (Juan Antonio Bayona, 2012) que nos recuerda que nunca estamos del todo seguros y que nos muestra lo indefensos que nos encontramos en estos desastres que anteponen nuestro deseo de proteger a quienes amamos ante las peores desgracias y los momentos más aterradores.
Dentro del filme se busca contar una historia de familia, de bondad y de apoyo mutuo ante cualquier adversidad, recordándonos que estos momentos de tanto terror pueden ser una oportunidad de ayudar a quienes más lo necesitan, nos recuerda que estas pesadillas siempre son un momento en el que la unión prevalece.

Sin embargo, los filmes de desastres también pueden servir como una ventana a esas pesadillas que deseamos nunca soñar, son una forma de conocer un mundo arrasado y atacado por fuerzas que no podemos detener.
El pico de Dante (Roger Donaldson, 1997) es un filme que muestra precisamente este aspecto apostando por un carácter extremadamente visceral y realista. Una cinta que presenta el terror creado por una fuerza incontrolable que arrasa con todo lo que habíamos creado, con todo lo que solíamos conocer, con toda nuestra vida en un instante.
Muestra el aspecto más brutal de la naturaleza que no solo es un tornado, un terremoto o un volcán, sino todas las secuelas que traen consigo estos eventos, edificios colapsados, cenizas que cubren el sol, inundaciones; la verdadera fuerza del mundo que nos pone a prueba, que nos recuerda que solo somos huéspedes viviendo en nuestro propio mundo.

Las películas de tragedias son complicadas, toman de rehén a nuestro corazón, asaltan nuestra mente con un terror de aquello que no podemos controlar, pero se convierten en filmes que muestran la parte más fuerte del ser humano y que nos demuestran que incluso en un mundo lleno de estos desastres seguimos viviendo, seguimos creando, trayendo historias y sacando la mejor versión de nosotros ante el mundo.