Por Martín Felix
Una cinta gigantesca, fuerte y directa que representa un bosquejo más, al cual, hay que aplaudir y agradecer por seguir escribiendo el largo lienzo de las vicisitudes sociales, sus enormes virtudes y obvias carencias que son llevabas por la lente para su perpetuidad y acercamiento a libre gusto.
Es así, que la directora tunecina Kaouther Ben Hania da garbo de su valentía y delicadeza filmica trayéndonos este filme bastante bien potenciado por aquellas fluctuaciones nacidas en el cansancio diario de quienes se ven opacados y desamparados, especialmente aquellos víctimas de delitos que fragmentan su vida, su estabilidad mental, su salud física y equilibrio social.
La bella y los perros se acerca de forma pasmosa a las pesadillescas líneas de la amedrentacion, del miedo absoluto llegado por el ultraje aberrante de la dignidad. Detonando un recorrido de aflicción y pesado para su personaje principal, viéndose rodeada por algunas presencias que alimentan a las figuras dentro del entorno en donde está inmiscuida, mismas que la verán con solidaridad y otras que simplemente la opacarán más allá de sostenerla.
Mostrando en carrera la progresión amarga y estridente, del sufrimiento causado por un crimen sexual que se va incrementando por la apatía, las ofensas, los señalamientos y los problemas burocráticos en la probable inutil búsqueda de justicia. Retratando así los horrores, el cambio de semblante dado por la marginación, el pavor y la preocupación en una completa devastación del espíritu por el agravio.
Plausible la forma en la que desde los primeros minutos logra apoderarse de la atención, de nuestra alma y cuerpo con su enorme cercanía además de la emergente bruma agónica que prepondera.
Viniendo de menos a mucho más con rapidez, convirtiéndose en ese discurso sobre equidad, el valor primordial de los derechos, haciendo hincapié en los perjuicios sobre las féminas y la obvia violencia hacia ellas sin dejar fuera la corrupción e inatención de las instituciones que llevan a la desconfianza, inseguridad y total incertidumbre.
Alimentándose de la desesperación, en esa sensación de completa desprotección al ir a la deriva sin encontrar resguardo, ayuda y cobijo. Sin rumbo fijo, sin saber qué hacer en medio del caos, de gritos, miradas de reproche, sobajes, infamias, sarcasmos, actitudes petulantes, agresivas, desinteresadas, deshonestas e intransigentes.
Acabando con las pocas esperanzas, obligando a pensar en cómo buscar legalidad cuando el poder está en manos de quienes cometen los crímenes, de qué manera sentirse a salvo cuando buscan acallar tu voz.
La hechura con la que se presenta es sumamente destacable, grabado en nueve secuencias de una sola toma con un manejo de cámara excelso, con composiciones que juegan de buena manera dándole ritmo y desenvolvimiento.
Logrando ese cauce de espacio entre sus participantes para sutilmente engancharnos al personaje central admirando sus desgarradoras siluetas. Fundiéndose con la pieza musical de Amine Bouhafa para forjar expectación e inquietud a cada paso; sin dejar fuera la fotografía de Johan Holquist que lleva siempre a tonos fríos, lúgubres dignos de una pieza agria y melancólica.
Delineando esta obra en esa visión que recorre, refleja y revela las crudas marcas de las laceraciones de una corrompida sociedad agresiva y escarpada. De su enorme esfera con base en la salvaguarda de sus propias condiciones que dejan fuera a cualquiera que esté lejos del sistema y por sobretodo el suplicio, devastaciones y cicatrices presentes en las agresiones de género.
Llevándonos por ese final doloroso ante la lucha en contra de los que quieren acallar, dándonos ese pequeño eje de esperanza porque al final nuestro valor y entrega hará que el espíritu se conserve intacto, tratando de buscar apoyo firme y esa fe que nos permita salir como héroes, sin dejarse caer para salir con amor propio de la guarida de esos perros hambrientos.