Por Martín Félix
Una de las obras más destacables del director inglés Ridley Scott en la que converge en buena manera el terror con la ciencia ficción. Despertando aquellos pensamientos que van de la mano por la curiosidad y al mismo tiempo el temor que se le tiene a la infinidad del espacio.
Filme bastante orgánico, atractivo e incluso hasta mesurado en sus intimidades, sentando sobre su narrativa los ápices por el descubrimiento, la exploración, el pánico, la persecución y la sobrevivencia, en los cuales, encontramos algunos subtextos interesantes.

La experiencia que nos deja por medio de la cosmovisión por el futuro, de esa cadencia del hombre por vislumbrar su superación a través de la tecnología con la que ha sido capaz de extender y expandir sus horizontes en el universo y pudiendo al fin romper sus propias barreras.
Donde se reconoce a sí mismo como pionera de alguna forma y dueña de todo aquello que lo rodea. Apoderándose de toda cosa que llama su atención, siendo una sociedad preocupada por sus planes económicos e intereses monolíticos antes que otra cosa.
En ese rubro, Alien se atreve a surcar líneas que determinan también el miedo natural del hombre hacia lo que obviamente no conoce e ignora. Llevándole a discusiones y conflictos entre sí, desmoronando su propia credibilidad y refutando cualquier opinión o punto de vista, ya sea por preocupación o solo por evadir una idea extraña o alocada que es incomprensible y que pone en juego sus creencias, su mente, sus pensamientos e incluso su fe.
Estamos entonces ante una historia aguda, de intentar salir con vida, intensificada por la lucha contra nuestros egos y prácticamente algo desconocido, limitando así nuestras condiciones de respuesta. Jugando en buena manera con esa sensación de acecho, mostrando ávidamente una amenaza mortal, extraña, completamente amorfa, un ser distinto que simplemente es guiado por su naturaleza.

Señalando al ser humano como culpable de perturbar aquello para lo que no está preparado. Poniendo también sobre relieve nuestra condición humana al no ser organismos perfectos, dado que estamos atados a nuestra fragilidad moral, a la ética, al remordimiento y todas aquellas limitaciones psicológicas que traemos a cuestas en cada acto racional.
Obviamente, es una cinta que se destaca por su diseño de producción bajo la mano de Michael Seymour empecinada a mostrar un legado tecnológico en gran medida. Lo palpable y cuasi realista de sus planos detalles que intensifican su acidez, todo en una luminaria intensa y avasalladora.
Al final nos replantea algunos cuestionamientos como la capacidad de enfrentar el miedo, también si este tipo de eventualidades son la respuesta para seguir imaginando nuestra soledad en el universo y si seremos lo suficientemente fuertes para contactar cualquier cosa que se encuentre allá afuera.