Por Daniela Valerio

Desde leones que buscan valentía en el mundo de Oz hasta algunos de los temas más sonados de nuestra infancia con princesas, príncipes y ratones parlantes, la música ha dejado de ser solo una parte de ambientación o un complemento del séptimo arte, se ha convertido en la voz sin personaje, el sentimiento sin imagen, la historia sin narrarse.

Con cada filme, cada nota, cada tema; la música se ha insertado en el corazón del cine, ha dado ritmo a los momentos de silencio, ha dado letra a la escenografía y entonación a cada encuadre, se ha vuelto esa escena que rompe nuestro corazón, que quizá lo llena de terror y que se graban en nuestras memorias.

Pero más que eso se ha vuelto un mundo único, un género como ninguno otro, una voz que va más allá de personajes y diálogos que ha dado una nueva forma de soñar a todo aquel que disfruta del séptimo arte.

Al igual que existen millones de historias, géneros y tipos de películas, la música en el cine es inmensamente variada, puede llegar en la forma de un soundtrack absolutamente brillante que te generará una atmósfera inolvidable.

Ejemplo de ello es Oblivion: El tiempo del olvido (Joseph Kosinski, 2013), filme que usa su banda sonora llena de momentos intensos para conectar nuestro corazón, vista y oídos.

Y aunque los soundtracks son un punto vital para cualquiera buena película, existen aquellas cuya voz es musical, donde los diálogos llevan ritmo y los sueños son cantados a un compás de cuatro cuartos.

Así llega Vaselina (Randal Kleiser, 1978), permitiendo a cualquiera que decida adentrarse en su mundo conocer una historia donde el alma está acompañada de grandes obras musicales, dejando claro que la música no complementa una escena, es el punto principal, el gran momento dentro de la obra, aquel que nos pasamos tarareando incluso cuando el telón cierra y los proyectores se quedan sin vida.

Entre tanto talento debemos dejar claro que no solo la voz es musical, pues también existen aquellos filmes que encuadran el mundo musical por dentro y por fuera, donde las notas y el ritmo son más valiosos que la escena.

Esas cintas demuestran la pasión que millones sienten por la música, son películas que muestran las historias que existen detrás en un mundo creado por notas y pasión.

Dentro de este estilo tan peculiar del séptimo arte podemos encontrar aquellos filmes que recuentan las historias de algunas de las bandas y artistas más importantes de todos los tiempos, tal es el caso de la aclamada película Bohemian Rhapsody: La historia de Freddie Mercury (Bryan Singer & Dexter Fletcher, 2018) que a pesar de sus diversos cambios a hechos específicos dentro de la historia del grupo, permitió contar aquellas historias que de otra manera serian perdidos en el tiempo.

Sin embargo, y como todo en esta vida, dentro del glamour y la fama, existen también semillas de dolor y drama, pues así como la música puede convertirse en la estrella del show, igual se puede convertir en un alma de doble filo, tan fuerte que puede llegar a lastimar.

¿Qué mejor medio para mostrar la ambición de la música que la pantalla grande? Y es que ninguna cinta ejemplifica mejor esta sombra de la música que la brillante obra de Damien Chazalle, Whiplash: Música & Obsesión (2014), enfocada en mostrar la búsqueda de la perfección a través de cada nota y cada instrumento sin importar el dolor, sin importar que el mundo no comprenda.

Además, la magia de esta cinta no termina allí, pues sin utilizar ninguna letra, coro o falsete, demuestra que la música es más que solo canciones con letras poderosas, son aquellos sutiles cambios que crean mundos únicos con tan solo mover una nota.

La música en el cine no complementa, nos captura, nos enamora y nos transporta a un mundo de ritmos, instrumentos, compases y notas.

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