Por Martín Felix

Abordamos y nos aventuramos en el tercer largometraje del buen Quentin Tarantino, quien nos lleva por otro trayecto cercano a las fronteras de las drogas, el dinero, las armas y su milimétrica dosis de estridencia ornamental. Con esos rubros quizá era de esperarse otra Pulp Fiction (1994), la realidad es que termina por alejarse un poco de la violencia a diestra y se impregna de detalles más decisivos, de cuestión y decisión.

Una película coral alineada tras el brillante anzuelo de la ambición impulsada por el pujante grito de la traición, la posesión, el poder y los lujos. Jackie Brown va más allá de un eje causal escalonado por las consecuencias y se salva por sus posibilidades multidireccionales que por allí también esconden otros matices como la depresión de la mediana edad y las aristas grises de meditar un sin futuro. 

Estas aristas avivan y despiertan convicciones extremistas o tomadas como fuera de sí, dotadas de fuerza y fricciones amorosas, quisquillosas e incluso chuscas. Conociendo la metódica de sus personajes a través de charlas donde en algunos momentos no condensan del todo quitando peso, aunque después compensa en buena forma al romper la tensión conforme intenciones, propósitos, desagrados y cambios de rumbo. 

Concentrando la atención, fijando un objetivo llamativo mientras teje unas tragicómicas eventualidades sobre la confianza, el recelo y la estrategia, potenciado por una buena marea de detalles, close up y tonos que la llenan de buena vibra y una construcción atractiva que permite husmear cada posición con cierta mesura.

Escondiendo dentro de su punto de quiebre una coreografía amena, tensional y cautelosa hacia la búsqueda de una liberación de problemas, de apostar o arriesgar por la salvación en aras de continuar con una vida romantizada por la dignidad y las muchas oportunidades.

De esa forma, se arrebatan todas las piezas del tablero para afrontar al problema cara a cara.  Después de las balas y los dólares volando nos damos cuenta de esa ruptura subyugante, cambiando el olor a pólvora por el de la tranquilidad, del miedo por el de la seguridad y las amenazas por un apoyo enternecedor, despertando de nuevo el anhelo hacia el cariñ.

Pero hasta cierto punto, colocando un asterisco en si las condiciones se dieron tal y como se planearon, tal y como se vislumbró o tal vez, y solo tal vez, también fueron obra de la rebeldía, la avaricia, la astucia, las agallas y la tremenda valentía innata de una fémina temeraria ¡Pum!

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